domingo, 5 de diciembre de 2010

Solo es un cuento

- Volveré.

…y se alejó mar adentro dejándola de pie en el embarcadero agitando una mano a modo de despedida. En la otra sujetaba una esfera de un refulgente y cristalino color verde, no más grande que su puño.

Cada atardecer iba a sentarse en el mismo lugar donde le vio partir, con su preciado tesoro en el regazo. Día tras día oteaba el horizonte esperando ver una vela blanca que le trajese de vuelta.

Con los pies balanceándose sobre el agua soñaba mil reencuentros mientras la pequeña esfera le iluminaba la cara, bañándola en una cálida luz de esperanza. Esperaba que las aves marinas le trajesen noticias de él en su canto bullicioso mientras sobrevolaban la costa. Ellas veían más lejos, ellas la avisarían de su regreso antes que sus ojos.

Un día y otro día, y otro. Un atardecer tras otro se sentaba y esperaba hasta que el sol moría y renacía de nuevo pintando una estela de oro sobre las aguas. La luz de la esfera la acompañaba siempre, pues espantaba sus miedos y sus dudas.

Dijo que volvería. Lo prometió.

Sobre ella pasó la primavera, calándola hasta los huesos y revolviéndole los cabellos. Luego llegó el verano, alargando sin piedad los días y postergando la hora de ir a sentarse sobre las maderas curtidas que le servían de atalaya.

Tan prendida estaba del horizonte que no se dio cuenta de que tenía compañía desde hacía unas noches hasta que la Sombra decidió sentarse junto a ella y posar una mano sobre la luz esmeralda, eclipsándola.

Enojada, la apartó para que volviese a iluminarla y comprobó que la esfera había perdido parte de su brillo. La Sombra permaneció a su lado, en silencio. A ella no le importó.

Así pasó el tiempo, más del que nunca hubiese imaginado que pasaría. La esfera ya no la consolaba, pues se había ido apagando poco a poco hasta parecer una burda bola de acero que pesaba como el mundo entre sus manos. La Sombra la acompañaba, siempre callada, siempre intangible como sombra que era.

Aquella tarde fue distinta. Las gaviotas se arremolinaron en torno a una vela blanca que se dirigía a puerto. Su vela, la misma que se lo había llevado, volvía a traerle. La esfera estalló en fuego verde a la par que su júbilo… y luego se quebró en mil pedazos, como su corazón, cuando la nave se alejó de nuevo y se perdió mar adentro.

Se le clavaron los cristales en las manos, pero eso era lo que menos le dolía. Fue apenas consciente de cómo la Sombra la cogía por las muñecas y delicadamente iba retirando los restos incrustados en su carne. Le vendó las heridas, siempre en silencio, y la sentó en el mismo lugar donde había compartido tantas noches con ella.

Y, por fin, habló.

Solo entonces le vio como realmente era, pues hasta ese momento todo eran sombras fuera de su luz esmeralda. Y se maldijo por su ceguera.

Ahora solo mira el mar en sus ojos.

Dedicado a D.C., por vendar mis heridas.

3 comentarios:

  1. bella!! mai sola ovunque e comunque ti sosterrem. bacio forte coquí!

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  2. A veces nos cegamos tanto con cosas que no son para nosotros que no vemos las que si lo son, o al menos, las que se sientan en el muelle a hacernos compañía.
    muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaacks

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  3. Moraleja, a veces es mejor hacer el amor con la luz apagada, ¿no? :S

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