jueves, 21 de abril de 2011

Introspección

He llegado aquí sin saber muy bien dónde iría a parar. Siguiendo tus huellas en la nieve, me encuentro en un páramo donde los escasos árboles me observan desde sus ramas sin hojas.

Me extraña la quietud de este lugar. No hay viento. Una niebla tenue flota perezosa pero persistente, cubriendo el horizonte con un velo que une el cielo con la tierra y lo convierte en un inmenso lienzo hasta donde me abarca la vista.

Oigo campanas tañer a lo lejos, pero algo me dice que podría caminar por aquí hasta el fin de mis días sin tropezarme con nadie.

No sé muy bien qué hacer. Permanezco de pie enmedio de toda esta inmensidad blanca, y caigo en la cuenta de que no siento frío cuando debería estar al borde de la congelación.

Pero no... no tengo frío.

Extiendo mis manos ante mis ojos. Desprenden un calor tenue, casi visible, como el resto de mi cuerpo.

Decido avanzar hasta uno de los árboles. Acaricio su tronco y me responde con una ligera vibración. Me acepta. Me siento a su pie y apoyo mi espalda en él.

Pienso en un refugio. Un inmenso territorio, yermo y desamparado. No debería ser así. No hay paredes, ni escondite alguno. Sin embargo lo pienso así. Lo hago ser.

¿Cómo sabías que me andaba buscando?

Gracias, Scaramouche

viernes, 8 de abril de 2011