martes, 21 de septiembre de 2010

Algunas veces vuelo, y otras veces...


Dicen los que entienden de la magia de los colores que quienes sentimos inclinación por el violeta tenemos tendencia a andar con la cabeza en las nubes. Es algo que tengo totalmente asumido, y no es nada malo siempre que sepas cómo volver luego al suelo sin partirte la crisma.

Me parece que debería comprarme un casco. Mis aterrizajes suelen ser bastante bruscos, y todo porque me dejo llevar por quienes gustan de volar alto y no se preocupan de si me puse paracaídas. No les culpo; en realidad la culpa es solo mía por consentir sin pensar en la Ley de la Gravedad.

Lo malo es que a todo se acostumbra uno y cada vez los golpes duelen menos. Terminas haciéndote insensible al dolor, o aprendes a ignorarlo. No sé… eso no es bueno. El dolor avisa de que algo no va bien, y si se hace cada vez más soportable al final terminas por no buscar remedio y centrarte en la ascensión sin tener en cuenta lo que viene después.

Por eso quizá aún sigo volando y esperando el último impacto, el que acabe definitivamente con mis ganas de andar por los aires. Estoy suspendida como un globo escapado de las manos de un niño, moviéndome aleatoriamente a merced de las corrientes de aire. Lo más seguro es que me acabe deshinchando y termine colgada de cualquier antena. La verdad, casi prefiero el batacazo.

Lo único que espero es que nadie quiera seguirme cuando me precipite al vacío.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Duele...


… mucho. Un millón de agujas en cada centímetro de mi cuerpo me torturan. Esta mañana mi cama y yo éramos un solo ser. Anquilosada, extenuada a pesar del sueño casi comatoso, me costó un mundo echar un pie al suelo.

Mens sana in corpore sano, que decía Platón. Se ve que me falta mucho, porque sigo igual de ida que antes… aunque tengo que reconocer que quemar energías ayuda a centrarse y a pensar (o a no pensar). Así que no me rendiré a pesar de andar todo el día maquinando cómo obtener el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo físico.

Como yo soy así de rarita mi año oficial empieza en septiembre. Es el mes de los principios, y de los “a partir de ahora…”. Así que anoche celebré mi nochevieja particular con helado de chocolate negro con trocitos de brownie (el dulce, no esos seres pequeñitos y traviesos que… en fin, eso) regado con un buen chorro de ron del bueno. Me lo gané, ¡qué narices! Hay que tener mucha moral para volver al gimnasio. ¿O no?

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Vuelta a la rutina


Llegó lo inevitable, y no es que me queje porque al menos yo tengo un trabajo al que volver después de las vacaciones. No me da pereza, simplemente me dejo llevar como si hubiese pasado un fin de semana cualquiera.

Este curso no habrá caras nuevas, y las viejas –salvo las de tres personas cuyos abrazos fueron sinceros- estaban tan largas como antes de marcharnos. Toca doble capa de corrección y aparente indiferencia. No me gusta tener que acartonarme cinco días a la semana.

- El barniz protege, pero termina cuarteándose y hay que quitarlo y volver a empezar. Y la lija es realmente desagradable – dice Ballesta.

La miro con cara de resignación y procuro alejar de mi mente la imagen de un tratamiento exfoliante tan drástico sobre mi persona. Prefiero centrarla en mi viaje de la semana pasada, y en cómo es posible que la vida transcurra de manera tan distinta cuando cambias de lugar.

Lo del cambio de aires no es ninguna tontería: sienta bien ver otras calles, otra gente… Incluso poder beber agua del grifo sin riesgo de que una capa de cal te recubra el sistema digestivo aparece como una milagrosa nimiedad que satisface de forma insospechada y gratificante. Y que te pongan una tapa cuando pides una caña también.

…Sonrío…

Me estoy acordando de una noche, después de tres cañas (jarras en el caso de mi hermano y cola light en el de su novia), en que apareció un chico vendiendo unos llaveros horrorosos por las mesas para sacarse unos euros. Y me ofreció uno tan sumamente feo que se lo compré. Es lo que tiene el alcohol después de un año de abstinencia. Helo aquí:




Como verás, tiene un corazoncito dentro con un dibujo pintado. Después de un examen exhaustivo por parte de los tres, mi cuñada decidió que era una mariposa, cosa totalmente errónea porque se ve claramente que es una bruja volando sobre una escoba al revés y blandiendo una cachiporra. Así que nos pusimos a discutir, mientras mi hermano nos miraba con aire autosuficiente.

Al final pasó lo que tenía que pasar: le tocó a él decidir quién tenía razón. Enarcó las cejas y dijo:

- ¡Si está clarísimo! Es un vampiro con una negra en brazos y con un pescado en la cabeza.

… y se quedó tan ancho.

Nos reímos tanto aquella noche que he decidido adoptar el llavero. Así, cada vez que entre o salga de casa, lo haré con una sonrisa.

Pero a todo esto… yo estaba hablando de la vuelta al cole. Dicen que la rutina es mala. Si hay algo bueno en ella es que te incita a buscar el modo de escaparte, y eso implica soñar, inventar, hacer planes… aunque luego no se cumplan. Pero ¿quién sabe? el Multiverso está lleno de posibilidades. Porque… ¿quién le iba a decir al pescado que terminaría ahí?