sábado, 30 de octubre de 2010

Por amor al arte

Y yo me pregunto: ¿qué falta me hace a mí levantarme un domingo a las 8 de la mañana?

Falta ninguna. Es lo que tiene pertenecer a una banda de música. Mañana domingo bien tempranito -bueno, menos temprano por el cambio de hora-, allá que vamos detrás de la Patrona camino del cementerio a golpe de bombo y platillo.

Me enrolé en esta movida ya crecidita, allá por el año 1992, porque se me metió en la cabeza que quería aprender a tocar la flauta travesera, que me molaba a mí el rollo celta y eso. Así que me dije: como los de la banda prestan instrumentos, pues que me dejen una. Yo aprendo, y cuando sepa defenderme más o menos… me la compro y me dejo la banda.

¡¡JA!!

Han pasado 18 años y ahí sigo, tocando pasodobles, marchas de procesión, villancicos, y esos “arreglicos” de óperas, zarzuelas, bandas sonoras, etc. que permiten que los grandes suenen decentemente en una banda más que modesta como la nuestra.

Tener la oportunidad de tocar con otra gente, aprender cada día en los ensayos, ver como das un pasito más en cada concierto y crecer como músico es algo inestimable. Los que están metidos en esta historia saben de lo que hablo, y es difícil hacer entender a alguien de fuera del mundillo que tocar es casi una necesidad y que por eso me fastidio madrugando un domingo y sin cobrar un céntimo. Hay que estar pa’ tó… qué le vamos a hacer.

A ver si se estiran mañana los de la cofradía y nos dan de almorzar por lo menos, que el amor al arte tiene un límite ¬¬


Aquí mi flautica y 3 romances de Schumann



viernes, 22 de octubre de 2010

Ella

La criatura se removió en sueños, inquieta. En su nido, improvisado con despojos de lo que había sido una manta, parecía tan frágil e indefensa como un bebé humano. No pude evitar acercarme a ver qué hacía, y la vi girarse y mostrar un vientre liso y abultado. Lo acaricié con un dedo sin saber muy bien si era lo correcto, y mi huella quedó marcada unos segundos en su piel.

Nunca la había tocado hasta ese momento. En parte porque me rehuía, y en parte porque hasta entonces no había visto un ser semejante y no sabía muy bien cómo tratarlo. La manta era mía; la arrancó de mi cama, la pateó, la mordió, la arañó hasta dejarla en el estado lamentable que ahora tiene, y después la llevó debajo de la mesa y se arrebujó entre sus pliegues.

No sabía cómo alimentarla. Ni siquiera sabía qué comía. En uno de sus bostezos pude adivinar dos pequeños colmillos sobresaliendo de unas encías grisáceas, así que supuse que no era precisamente vegetariana. Además, llevaba ya tres días durmiendo y no daba indicios de querer despertarse. Y yo llevaba ya tres noches en vela, vigilándola.

Salía de casa a regañadientes, a cumplir con mis quehaceres diarios y con la única idea de volver lo antes posible por si había despertado. Luego era incapaz de dormir, esperando a que abriese sus enormes ojos y me volviese a mostrar ese color tan extraño.

Al quinto día, cuando volví a casa con la firme decisión de despertarla, encontré su nido vacío. La busqué por toda la casa, incluso salí a la calle por si se había escapado. Me aseguraba de dejarlo todo bien cerrado, pero quién sabe si aquella criatura sería capaz de atravesar las paredes como un fantasma.

Al cabo de varias horas decidí regresar para ver si había vuelto. Miré debajo de la mesa, pero no estaba. Me desesperé. No podía preguntar a nadie porque probablemente habría acabado en el psiquiátrico o con algun criptozoólogo paranoico acosándome.

Después de un rato, con una desoladora sensación de vacío, decidí irme a la cama. Cogí lo que quedaba de mi manta para tirarla, pero no pude. Me envolví en ella y me acosté. Y después de tantas noches, me dormí al instante…

… y soñé con ella.

Venía hacia mí con su andar extraño, vacilante. Me agaché y le tendí la mano, y ella frotó su mejilla contra mi palma.

- ¿Por qué te fuiste, criatura? – le pregunté.

Ella me miró con sus ojos imposibles y sentí su voz como un tenso hilo de plata tañido por la brisa.

- Tu vigilia es mi sueño. Tu sueño es mi vigilia. Búscame aquí, en la mitad del camino.

Desde entonces la he visto crecer y convertirse en un ser a la vez hermoso y temible. La espero en el cruce de caminos, y ella viene a mi lado y me sustenta cuando el mundo me aplasta con su implacable realidad.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Félix Albo y "Fuego"

El sábado pasado estuve en Octubre (Elche), la cafetería de un amigo mío que suele organizar sesiones de cuentacuentos, y tuve la oportunidad de ver a Félix Albo en una sesión que llamó “Fuego”.
Ya tenía referencias de él, y todas buenas. Y tuve la ocasión de comprobar que no exageraban en nada. Félix nos llevó de la risa al nudo en la garganta (por no decir el llanto) sin que nos diésemos cuenta, y todo alrededor del fuego de sus dos magníficas historias, capaces de mantenernos sin pestañear todo el tiempo que duró la actuación.
Intentar resumirlas aquí (Moisés Ramón, las tablas que en realidad eran losas, el ciprés que soñaba con ser mástil, las astillas de la mesa azul, la carta que fue escrita sobre ella… en fin) es imposible, porque lo mejor es oírlas de él mismo.
Le compré dos libros que tuvo el detalle de dedicarme y me dieron la oportunidad de conversar con él y comprobar que una vez fuera del escenario, su ingenio y su encanto siguen encandilando. “99 pulgas”, escrito conjuntamente con Pablo Albo y Pep Bruno, ambos narradores orales. Un libro que recoge sus mejores 99 cuentos breves. Y “Yayerías”, historias que hablan de nuestros yayos, que es así como llamamos a los abuelos en el Levante. Ambos de la Colección Escrito en el aire, de la Editorial “Palabras del candil”.
He añadido su blog a mi “Multiverso”para estar al tanto de los pasos de este cuentero. En breve se va al Sáhara con Bubisher, un proyecto para llevar libros a los niños de los campamentos de refugiados saharauis. Ya os iré diciendo dónde actúa conforme me pase la información. Y si tenéis la oportunidad de ir, no la desaprovechéis. Acepto regalos de agradecimiento ;)

miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Estás seguro de lo que cantas?

“Hace mucho tiempo que se acabó/

pero es que hay cosas que nunca se olvidan/

por mucho tiempo que pase…”

Probablemente lo del Mundial no se olvidará en años (o siglos), pero ya estoy un poco hartita del orgullo patriótico de los que se apuntan el tanto como si hubiesen marcado ellos los goles. (Aplíquese a los demás deportes)

Hoy me acordé de una canción de los Nikis (los Ramones de Algete), que sonaba allá por el año noventaypico, que se llamaba “El imperio contraataca” (Marines a pleno sol). Y entre el dichoso día de la Hispanidad o de la Raza (¿?) o de la Fiesta Nacional Española o como demonios se llame y la tontería de los que piensan que España es la mejor, tararí tatí tatí tatí, ¡chim-pón!, terminé cantando aquello de “lo-lo lolo-lo lo ló… seremos de nuevo un imperio”, y acordándome de todos los listos que la cantaban con el brazo en alto pensando que era un himno a la Una, Grande y Libre, cuando en realidad la letra de la canción es una gran carcajada en la jeta de todos ellos. ¡Qué malo es no captar los dobles sentidos!

“Esto tiene que cambiar,/

nuestros nietos se merecen/

que la Historia se repita varias veces”.

Espero que tengan más luces que nosotros y no sea el caso.


sábado, 9 de octubre de 2010

Reflexión a las tantas


Llevo más de quince días sin asomar por aquí, o por lo menos sin escribir una letra. Ahora mismo, de madrugada y sin sueño, y con la canción que suena en el blog de Nadia Portas, hay algo que me empuja a hacerlo.

No sé, quizá sea por ella. Porque no sé quién es ni cómo llegó aquí, y apareció en el momento oportuno. Ese momento en que piensas que no hay nadie, y de repente un desconocido se asoma a tu universo y te mira, obligándote a enderezar la espalda y a adoptar una postura más digna.

Sois muchos. No, sois pocos en realidad los que me “echáis un ojo” de vez en cuando. Con algunos de vosotros no hablo a menudo, pero os siento aquí igualmente. Y sé que si levanto la voz me escucharéis.

Mi cani, Iván, Ika, (dammy anda liadísimo, supongo), mi tito, Embruxo echándome la bronca, y aquellos que no suelen dejar su huella en la red, pero sí sus palabras escritas con tinta indeleble en esta libreta manoseada que tengo por alma... todos vosotros me acompañáis desde el otro lado de quién sabe qué.

Y me siento bien.