viernes, 22 de octubre de 2010

Ella

La criatura se removió en sueños, inquieta. En su nido, improvisado con despojos de lo que había sido una manta, parecía tan frágil e indefensa como un bebé humano. No pude evitar acercarme a ver qué hacía, y la vi girarse y mostrar un vientre liso y abultado. Lo acaricié con un dedo sin saber muy bien si era lo correcto, y mi huella quedó marcada unos segundos en su piel.

Nunca la había tocado hasta ese momento. En parte porque me rehuía, y en parte porque hasta entonces no había visto un ser semejante y no sabía muy bien cómo tratarlo. La manta era mía; la arrancó de mi cama, la pateó, la mordió, la arañó hasta dejarla en el estado lamentable que ahora tiene, y después la llevó debajo de la mesa y se arrebujó entre sus pliegues.

No sabía cómo alimentarla. Ni siquiera sabía qué comía. En uno de sus bostezos pude adivinar dos pequeños colmillos sobresaliendo de unas encías grisáceas, así que supuse que no era precisamente vegetariana. Además, llevaba ya tres días durmiendo y no daba indicios de querer despertarse. Y yo llevaba ya tres noches en vela, vigilándola.

Salía de casa a regañadientes, a cumplir con mis quehaceres diarios y con la única idea de volver lo antes posible por si había despertado. Luego era incapaz de dormir, esperando a que abriese sus enormes ojos y me volviese a mostrar ese color tan extraño.

Al quinto día, cuando volví a casa con la firme decisión de despertarla, encontré su nido vacío. La busqué por toda la casa, incluso salí a la calle por si se había escapado. Me aseguraba de dejarlo todo bien cerrado, pero quién sabe si aquella criatura sería capaz de atravesar las paredes como un fantasma.

Al cabo de varias horas decidí regresar para ver si había vuelto. Miré debajo de la mesa, pero no estaba. Me desesperé. No podía preguntar a nadie porque probablemente habría acabado en el psiquiátrico o con algun criptozoólogo paranoico acosándome.

Después de un rato, con una desoladora sensación de vacío, decidí irme a la cama. Cogí lo que quedaba de mi manta para tirarla, pero no pude. Me envolví en ella y me acosté. Y después de tantas noches, me dormí al instante…

… y soñé con ella.

Venía hacia mí con su andar extraño, vacilante. Me agaché y le tendí la mano, y ella frotó su mejilla contra mi palma.

- ¿Por qué te fuiste, criatura? – le pregunté.

Ella me miró con sus ojos imposibles y sentí su voz como un tenso hilo de plata tañido por la brisa.

- Tu vigilia es mi sueño. Tu sueño es mi vigilia. Búscame aquí, en la mitad del camino.

Desde entonces la he visto crecer y convertirse en un ser a la vez hermoso y temible. La espero en el cruce de caminos, y ella viene a mi lado y me sustenta cuando el mundo me aplasta con su implacable realidad.

1 comentario:

  1. Sé que no debería, pero... espero que llegue a conocer su nombre, y a reconocerse en él. Contigo.

    Besazo.

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