Hoy me quedé sin paciencia. La que siempre da de sí, la que siempre espera encontrar una vía para encauzar el torrente y hacerlo manso, se desbordó y decidió secarse antes de arrasarlo todo.
Yo solo quería descansar un ratito antes de que me venciera el sueño, pero no encontré brazos que me acunasen sin antes lidiar con ellos. Y no tengo fuerzas hoy.
Ha sido una tarde agotadora llena de carretera y horas muertas esperando a merced del frío y el viento, de notas esquivas bailando ante mis ojos, de oídos atentos y dedos torpes. De anacronismos sin sentido, de palabras impulsadas garganta arriba por el alcohol y de risas por compromiso.
Sé que podría habértelo dicho y te habrías amoldado a mí como siempre haces cada vez que te lo pido. Pero esta vez no quería pedírtelo, quizá porque esperaba que lo adivinases por ti mismo. Es ese tipo de caprichos que tengo cuando estoy realmente cansada, cuando necesito un adivino, y un psicólogo, y un amigo, y un confesor todo en uno. Y la lucecita de emergencia de la razón se enciende y me avisa de que sobrepasé los niveles de exigencia. Pero como no estoy dispuesta a hacerle caso... mejor me refugio en mis propios brazos y espero a que el sueño me libere al menos durante unas horas.
Mañana será otro día y yo volveré a ser la misma. Y tú... bueno, tú nunca dejes de ser tú por mucho que yo me empeñe. Nunca te (me) lo perdonaría.
Postdata: la próxima vez que me llamen para tocar en Moros y Cristianos átame a algun sitio y ponme una mordaza. O en su defecto, convence a los de la banda para que vayamos con uniforme de invierno.