FADALACK: El concierto

Bueno… pasó el gran momento y es hora de recapitular. La verdad es que me cuesta asimilar que estuve ahí, en medio de todo el cotarro. Ha sido una experiencia inolvidable. Los ensayos, volver a casa a las tantas con “Los enemigos”  a todo trapo para que no se me cerrasen los ojos… A pesar del esfuerzo, puedo decir que me he sentido completamente feliz en mucho tiempo.

 Llegando al ensayo en el auditorio

FADALACK está compuesto por un grupo de personas de lo más heterogéneo; músicos profesionales y amateurs (como yo) desde 18 añitos hasta aquellos que ya no cumplen los 40. Unos, admiradores de la obra de Mike Olfield; otros, que lo único que conocíamos de él era lo del “tin tin… tin tin… tin tin tin… tin tin” de “El excorcista” y poco más. Y cada cual con sus trabajos, sus familias, sus estudios, sus pitos y sus flautas. Parece complicado, pero hay algo “especial” en cada uno de ellos que hace que todo fluya tan fácilmente que desde el principio te sientes como en casa.

Probando sonido. 

(¿Será por cacharros?)

El concierto fue todo un éxito. La noche anterior ya se había colgado el cartel de “No hay entradas”. Una hora antes, mientras nosotros hacíamos el indio entre bambalinas para quitarnos los nervios, la gente ya estaba haciendo cola en la puerta del auditorio. Cuando salimos al escenario teníamos delante más de 500 personas, sin contar las que tuvieron que marcharse porque no quedaban localidades (que por lo visto también eran unas cuantas).

Entre el público había gente de Bilbao, de Madrid, de Barcelona, de Andorra… Como para defraudarles, madre mía…  Me impresionó el aplauso con el que nos recibieron al subir al escenario, pero fue aún más impresionante el silencio que se hizo con las primeras notas de “Tubular Bells”. Allí no se movía nadie. Incluso eché de menos la típica tos inoportuna, pero ni eso. Silencio absoluto. Respeto absoluto. Incluso habiendo niños pequeños entre el público. Increíble… nunca había vivido una cosa así.

El concierto

Cuando se perdió el último acorde de guitarra estallaron los aplausos. El reconocimiento a tanto esfuerzo, a tantas ganas puestas en ese proyecto, estaba ahí. A partir de ese momento no sé quién disfrutó más; si ellos o nosotros. El caso es que esa complicidad que había encima del escenario terminó impregnando toda la sala, y al final del concierto estábamos en familia (con tarta de cumpleaños incluida).

En fin… podría decir muchas cosas, pero unas no sabría explicarlas y otras prefiero guardármelas (soy así de egoísta). Y como lo prometido es deuda, aquí os dejo un pequeño botón de muestra: la parte final de "Ommadawn I". (Disculpad la publi)