Hace casi una semana que no estás entre nosotros
y aún tengo esa mezcla de perplejidad y enojo que hace que me niegue a asimilar
que te has ido. La tristeza vendrá cuando la calma asiente esos sentimientos, y
entonces lloraremos por segunda vez.
Mira que te lo dije veces: “déjame echarte una
mano”. Ya sé que eso no ha sido el motivo, pero aun así me queda la sensación
de que podía haber hecho algo por ti aunque siempre me decías que no era
necesario. Te faltaba tiempo para todo, no dabas abasto entre unas cosas y
otras pero tú corrías y corrías y te enfadabas contigo mismo si algo no estaba
perfecto o faltaba alguna cosa. El trabajo, la banda, la escuela… estabas
siempre ahí para todos. Y ahora nos faltas. A tu familia y a los que hemos
tenido la oportunidad de conocerte.
Estoy enfadada, y no sé si es correcto pero me
da igual. ¿Por qué no frenaste un poco? El estrés pudo contigo. Esos nervios
que te comían y que no te dejaban pegar el culo a la silla ni cinco minutos.
Eso y el tabaco que tú pensabas que te ayudaba a relajarte han terminado por pararte
del todo.
No sé qué va a pasar el lunes cuando volvamos al
ensayo. No tengo ánimos, porque sé que voy a volver la cabeza y no vas a estar
ahí. Lo peor es que tu hija va a hacer lo mismo y no sé si seré lo suficientemente fuerte para
mostrar la entereza que debería tener. Es una cabezota, como tú, y estará ahí la primera. “Es lo que él habría
querido” – me dijo.
Lo único que nos queda es seguir adelante con la
ilusión que tú demostraste siempre. Esforzarnos por dar lo mejor de nosotros y
llegar más alto de donde tú nos dejaste
con tu esfuerzo y tu buen hacer. En cada nota siempre habrá una parte de ti,
acompañándonos.
Descansa en paz.