jueves, 22 de agosto de 2013

Querido compañero:


Hace casi una semana que no estás entre nosotros y aún tengo esa mezcla de perplejidad y enojo que hace que me niegue a asimilar que te has ido. La tristeza vendrá cuando la calma asiente esos sentimientos, y entonces lloraremos por segunda vez.

Mira que te lo dije veces: “déjame echarte una mano”. Ya sé que eso no ha sido el motivo, pero aun así me queda la sensación de que podía haber hecho algo por ti aunque siempre me decías que no era necesario. Te faltaba tiempo para todo, no dabas abasto entre unas cosas y otras pero tú corrías y corrías y te enfadabas contigo mismo si algo no estaba perfecto o faltaba alguna cosa. El trabajo, la banda, la escuela… estabas siempre ahí para todos. Y ahora nos faltas. A tu familia y a los que hemos tenido la oportunidad de conocerte.

Estoy enfadada, y no sé si es correcto pero me da igual. ¿Por qué no frenaste un poco? El estrés pudo contigo. Esos nervios que te comían y que no te dejaban pegar el culo a la silla ni cinco minutos. Eso y el tabaco que tú pensabas que te ayudaba a relajarte han terminado por pararte del todo.

No sé qué va a pasar el lunes cuando volvamos al ensayo. No tengo ánimos, porque sé que voy a volver la cabeza y no vas a estar ahí. Lo peor es que tu hija va a hacer lo mismo y  no sé si seré lo suficientemente fuerte para mostrar la entereza que debería tener. Es una cabezota, como tú, y  estará ahí la primera. “Es lo que él habría querido” – me dijo.

Lo único que nos queda es seguir adelante con la ilusión que tú demostraste siempre. Esforzarnos por dar lo mejor de nosotros y llegar más alto  de donde tú nos dejaste con tu esfuerzo y tu buen hacer. En cada nota siempre habrá una parte de ti, acompañándonos.


Descansa en paz.